La economía kirchnerista que conocimos ha terminado

economica kirchneristaPablo Gerchunoff es uno de los máximos economistas argentinos. Profesor de la Universidad Di Tella y de la UBA, investigador del Conicet, también se asomó a la política como asesor en los gobiernos de Alfonsín y de De la Rúa. La especialidad de Gerchunoff es la historia económica, a la que aportó una importante bibliografía. Esta es la razón por la cual el diálogo con él va más allá de la experiencia kirchnerista, para explorar algunos problemas persistentes de los argentinos en relación con la economía.

-¿El éxito económico del kirchnerismo se debe a que inventaron la rueda del crecimiento o a que son beneficiarios del rebote que sigue a toda recesión?

-Siempre es una ventaja partir de lo más profundo del pozo económico. Les ocurrió a Carlos, que heredó la hiperinflación, y a Néstor, que heredó la gran depresión argentina. Con poco se puede obtener mucho. Menem decía «estamos mal pero vamos bien». Néstor decía «todavía no salimos del infierno» cuando era obvio que ya habíamos salido. En circunstancias de este tipo los economistas están en dificultades. El crecimiento kirchnerista despojado de la recuperación cíclica es del 3% anual, que es igual al de Menem despojado de la recuperación cíclica posterior a las hiperinflaciones, que a su vez es parecido al de los últimos cincuenta años, que es aproximadamente igual al del último siglo. El problema es que los pueblos viven con felicidad las recuperaciones cíclicas y las atribuyen a los gobiernos. Cuando le digo a mi cuñado kirchnerista que la economía está creciendo al 3%, como con Menem, me mira convencido de que lo mío es la mentira de un INDEC anti-kirchnerista.

-¿Qué sentido histórico tienen esos altibajos?

-Mucho. Una alternativa inteligente sería resignarnos a crecer por mucho tiempo 3% anual. Le aseguro que, eliminado el costo de los altibajos, creceríamos más. Pero no se trata de inteligencia: mi hipótesis es que las sociedades que dejaron atrás un paraíso perdido quieren regresar a él lo más rápidamente posible. Y nosotros tuvimos dos, difíciles de conciliar: el de la Argentina agroexportadora y el de la justicia social peronista.

-¿Si la recuperación explica el éxito la caída explica la derrota? Hablo de 2009.

-Un factor central fue que la Argentina atravesaba lo peor de la recesión mundial. El clima económico era invernal, había sequía, y la gente tuvo que votar con barbijos por el temor a la gripe A. Pero la paradoja es que le devolvió al Gobierno margen de maniobra porque lo alejó del pleno empleo y le permitió apelar otra vez a políticas expansivas sin desbordes y con la inflación decreciente. Los dilemas económicos de Cristina en octubre de 2007 no eran muy distintos a los de hoy, pero la crisis los postergó cuatro años.

-¿El conflicto del campo no tuvo nada que ver?

-Sí. Pero con la reactivación que siguió los caminos de las clases medias urbanas y rurales se bifurcaron sin hacer ruido. Las primeras disfrutaron de la nueva abundancia y en alguna medida votaron a Cristina. Los chacareros siguen votando en contra, sólo que contados estrictamente no son más de medio millón de votos.

-¿Cómo se pasó de la derrota de 2009 al 54% de 2011?

-Para mediados de 2010 estaba claro que el kirchnerismo volvía de la derrota. Y que la clave de ese retorno victorioso no estaba ni en Fuerza Bruta, ni en el embellecimiento de Néstor muerto, ni en la estética cristinista, ni en las pequeñas revoluciones culturales, como el matrimonio igualitario, ni en la lucha épica contra las corporaciones mediáticas. Todo eso jugó un rol, pero su principio organizador fue una bonanza notable, sostenida por condiciones muy buenas del contexto internacional.

-¿Sólo suerte?

-Hubo políticas gubernamentales acertadas a comienzos del kirchnerismo, cuando recién se salía del fondo del pozo: la reestructuración de la deuda o el aumento de los salarios mínimos, por ejemplo. Pero el expansionismo posterior a 2009, que contribuyó al rotundo éxito electoral, es fuente de dificultades actuales. No es la primera vez. Los políticos argentinos se miden con una vara muy alta: el 62% de Perón en 1951. Pero ese número es casi inexorablemente inestable desde una perspectiva económica. Para llegar al 54% desde la derrota de 2009, Cristina necesitaba más de veinte puntos porcentuales de una clase media esquiva. Hubo que mantener el congelamiento tarifario en el área metropolitana, multiplicar créditos a tasas de interés negativas con cuotas fijas, fortalecer el peso para que se degustara la plata dulce. Esta operación agrietaba la solidez. Podríamos denominarla «populismo liderado por las exportaciones».

-¿Por qué el experimento dura tanto?

-Desde 1990 casi un cuarto de la población mundial ha salido de la pobreza extrema y demanda alimentos. Aumentaron los precios y el estado se asoció. Ha habido además, como señala José María Fanelli, fortuna demográfica: cada trabajador tiene que mantener hoy menos población pasiva menor de 14 años que en el pasado debido a la caída en la tasa de natalidad, y eso aumenta el ahorro. Por último, está Brasil: en 1998, antes de que comenzara la gran recesión argentina, Brasil era tres veces la Argentina; hoy es casi seis veces. Renta agropecuaria más beneficio demográfico más Brasil inflándose en dólares: sobre ese triple maná operó la política económica kirchnerista. Y ese triple maná vuelve al kirchnerismo sólido. ¿Vio? A veces los dados de Dios le dan perdurabilidad a políticas equivocadas.

-¿Puede durar más la experiencia?

-La Argentina ya no tiene sobrante de dólares y está próxima al pleno empleo. Para mantener un crecimiento del 8% el precio de la tonelada de soja debería aumentar 50 dólares cada año. Imposible. O Brasil seguir en dólares como lo ha venido haciendo. También imposible. La experiencia económica kirchnerista ha terminado.

-Estamos entrando en una etapa más compleja, que demandaría un plan antiinflacionario.

-Sí, pero no alcanza con estabilizar la economía. Hay que tener una visión sobre el desarrollo. Cristina deberá aceptar un crecimiento parecido al histórico, del 3% o el 4%, no del 8% o el 9%. Si pretende repetir las tasas chinas que le dieron magia al kirchnerismo no tendrá siquiera el 3%. Además, deberá resolver de dónde saca los dólares para sostener ese crecimiento del 3% o el 4%. En otras palabras, cuál es el patrón de desarrollo sostenible.

-¿De dónde los puede sacar?

-Es un dilema clásico. ¿De las exportaciones, de la sustitución de importaciones, del endeudamiento externo? Siempre es una combinación que cambia con las circunstancias. Para el Gobierno el motor es la industria mercado internista sostenida por la limitación de importaciones y el control de cambios, como si estuviera en los años 50. Cristina parece convencida de que esa industria, desde las zapatillas hasta la electrónica, es nuestra Alemania, y el agro, Grecia. «Me dicen que la soja es un yuyo», ¿se acuerda? Y bien, la soja triplicó su rendimiento por hectárea durante las últimas tres décadas gracias a las innovaciones tecnológicas. Y algo parecido ocurrió con el trigo y el maíz. La respuesta oficial fue sorprendente: limitar las exportaciones de trigo, de maíz, de carne y de leche. El resultado ha sido una menor rotación productiva y la consecuente degradación de la tierra, nuestro capital principal. A eso lo llamo anacronismo. ¿Cambiará durante el tercer mandato? No tengo la respuesta. Pero la necesidad de dólares suele ser un gran disciplinador.

-En la UIA se van a enfurecer con estas ideas.

-Sería un error. Europa dejaría de serlo si fuera sólo Alemania; la Argentina dejaría de serlo si se limitara al agro, a sus industrias derivadas y a los servicios rurales. Esa es la razón por la que estoy a favor de las retenciones. Son una forma de proteger a la industria mercado internista. Todos los países defienden la sobrevivencia de sus sectores menos competitivos, y así se diversifican. El problema es que el gobierno sólo piensa la diversificación en clave proteccionista e hiper-controlista, sin un componente de innovación tecnológica. La matriz productiva diversificada de Cristina es, por ahora, conservadora.

-Sin embargo, ella enfatiza la innovación tecnológica.

-La brecha de productividades entre el agro y la industria mercado internista viene del fondo de los tiempos. Pero desde 2003 no se ha hecho nada efectivo para cerrarla. El tipo de cambio para el agro es de aproximadamente 2,80 pesos por dólar; el de la industria mercado internista es por lo menos el doble, y sin embargo la industria tiene un déficit comercial de 20.000 millones de dólares por año. He ahí el testigo en números de una industrialización fallida en muchos sectores. Y también la génesis de las políticas de Moreno como Ministro de Comercio de facto.

-¿Cuál es la consecuencia práctica de ese diagnóstico?

-Poner la innovación y la productividad en el centro del cosmos económico, en el agro, en la industria, en los servicios modernos. Menos controles y más innovación.

-¿Qué quiere decir eso en materia industrial?

-La idea que predominó desde Carlos Pellegrini hasta Federico Pinedo (abuelo) le gusta a Cristina: diversificar los productos de la tierra y agregarles valor. Los ejemplos exitosos son la industria de aceite de soja, el vino, el biodiésel y unos pocos más. Pero los alimentos elaborados son el segmento más protegido en el comercio mundial. No intente vender galletitas para la hora del té a los británicos porque no podrá. La alternativa es insertarse en el comercio global industrial con mayor especialización: un espejo retrovisor producido en la Argentina para todos los autos del mundo vale más que los 800.000 automóviles que producimos anualmente.

-¿No cree que el desequilibrio político que existe hoy en el país desalienta la inversión para un proyecto como ése?

-Me gustaría decirle que un sistema político más competitivo es mejor para atraer inversiones. Pero el mundo está lleno de casos de autoritarismos que las atraen. Corea, China, la mayor parte del sudeste asiático, México con el PRI, en parte Chile con Pinochet, en parte Brasil durante los 60

-¿Qué influencia le asigna a la falta de solvencia técnica oficial?

-Cuando se acaban los dólares y la economía se acerca al pleno empleo hace falta mayor profesionalidad. En 1931 se puso en práctica un régimen de control de cambios improvisado e inconsistente. En noviembre de 1933 Federico Pinedo y Raúl Prebisch lo corrigieron mucho y el control de cambios se mantuvo hasta 1959.

-Hay un caso aberrante de falta de solvencia, que es la adulteración estadística, ¿no?

-Las estadísticas no son la historia en reposo. Son parte de la historia viva. Y cuando han levantado su dedo acusador reflejando que algo está funcionando mal, algunos célebres caudillos prefirieron cambiarlas u ocultarlas. Yrigoyen en 1919, en medio de las protestas obreras, modificó la metodología de medición de precios para bajarles la ponderación a los alimentos, que se estaban encareciendo. Le salió mal. Al año siguiente los alquileres aumentaron un 30% e Yrigoyen los congeló. A principios de 1948, cuando la belleza inicial de su política económica comenzaba a diluirse, Perón ordenó que las estadísticas oficiales dejaran de publicarse. Como se ve, el kirchnerismo tiene en este aspecto antecedentes ilustres. También tiene como antecedente a Pinochet, que mintió la inflación cuando se convenció de que no podía frenarla.

-¿No cree que la falta de solvencia técnica se debe, en parte, a que el Gobierno ve conspiraciones y no problemas sistémicos?

-Yo creo que Néstor fue un hijo de 2001 y del terror a que esa profunda impugnación colectiva a la política se repitiera. Allí donde muchos ven autoritarismo kirchnerista yo veo debilidad y reacciones desmesuradas frente a esa auto-percepción de debilidad. Néstor sabía que los episodios de diciembre de 2001 habían sido una protesta espontánea y legítima, pero que también había habido un componente de conspiración para llenar el vacío político. Más de una vez Néstor tuvo miedo de que la pesadilla en la que se combinaban movilización espontánea y conspiración se convirtiera en realidad. Un ejemplo es la rebelión agraria. Pero también la muerte de Axel Blumberg, el 17 de marzo de 2004. El primer día de abril 150.000 personas atestaron la Plaza de los Dos Congresos. Néstor no contraatacó. Recibió a Juan Carlos Blumberg y abrió las puertas a una mala reforma de seguridad para satisfacer a ese padre destrozado. Claramente se sentía débil. Tal vez fue entonces cuando decidió darle batalla electoral durante el año siguiente al jefe de los conspiradores de 2001, a Duhalde. Así se manejó hasta el final: haciendo caja para incrementar su poder y deshaciendo conspiraciones, muchas veces imaginarias.

-El kirchnerismo se ufana de haber aproximado la «utopía de la igualdad». ¿Mito o realidad?

-Mejoraron las condiciones de vida de los sectores populares. Fue una combinación de mayor empleo como consecuencia de la reactivación, de política social y de bendición demográfica. Pero la distribución del ingreso está hoy peor que en las épocas difíciles de Alfonsín y dudo de que siga mejorando. La Asignación Universal por Hijo es una excelente política asistencialista pero no es la mejor política social en 200 años.

-Esta es la tercera vez que el peronismo debe girar sobre su propia política económica. ¿Sirven esos antecedentes para pensar el presente?

-En 1952, Perón dio luz verde a Gómez Morales para aplicar un plan de estabilización que abatió la espiral inflacionaria y sentó las bases para un crecimiento de seis años consecutivos. También intentó cambiar su propio patrón de desarrollo convocando a las inversiones extranjeras. Pero en 1973, el general, ya viejo, llamó a Gelbard para aplicar otro plan de estabilización, esta vez muy frágil y voluntarista, que se agrietó desde el segundo semestre de 1974 y remató en el Rodrigazo con una inflación de 180% durante 1975. Tengo confianza en que la Presidenta se inspirará más en el Perón de 1952 que en el de 1973.

-¿Imagina cómo vería la realidad Perón hoy?

-Sería un coronel retirado devenido empresario mediano que concurre puntualmente a las conferencias del Movimiento Productivo Argentino. Ese Perón no es kirchnerista. Con las utilidades de su empresa se ha comprado un campo ganadero en Lobos. Rechaza -como aquel otro Perón- que el conflicto distributivo sea el reflejo de una Argentina vital porque para él es sobre todo un síntoma de desorden y un juego de suma cero. Admira a Frondizi. No tiene fervores políticos pero si se le preguntara diría que es desarrollista. Pienso eso y me digo: a la gesta kirchnerista no le vendría mal una dosis de desarrollismo, adaptado a los tiempos que corren.

MANO A MANO

Pablo Gerchunoff es un maestro en el arte de la conversación. Escucha con mucha atención, es capaz de instalarse en puntos de vista ajenos, y se expresa con talento literario. Por estas razones es tan agradable entrevistarlo.

Los análisis y las opiniones de Gerchunoff tienen, además, algo de extraño. A diferencia de lo que sucede con muchos economistas, no está instalado en una doctrina cerrada, no parece haber descubierto una receta de manera definitiva. Acaso esa inclinación a huir de una dogmática la haya adquirido en el estudio de la historia, que es su especialidad. El pasado aparece, tarde o temprano, en todos sus argumentos, para demostrar que hubo otros que ya se comportaron de maneras que hoy parecen novedosas. O que los procesos suelen tomar cursos distintos a los previstos por quienes los impulsaron.

Ese enfoque es otra perplejidad que genera Gerchunoff: su sentido crítico no está obnubilado por la pasión. Su manera de mirar, algo almodovariana, puede explicar con espíritu bondadoso fenómenos que tienen rasgos aberrantes. Tal vez sea un ejercicio que se aprende en las sufridas tribunas de Racing. En una Argentina como la de hoy, fracturada en su campo intelectual, esa suave tolerancia es más que una marca de estilo. Parece una virtud.

Fuente: La Nacion

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